XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Mi primer corto

Alejandro Caicedo, 17 años

               Colegio Iale School (Valencia)    

Sueño con convertirme en director de cine. Sé que se trata de una profesión idealizada, de lo que solo culpo al propio cine. La dirección es la profesión más estresante de este elemento del show business. Y no hablo desde la piel de un aficionado al Séptimo Arte que ha visto un par de documentales de la vida y obra de Federico Fellini y Jean-Luc Godard; escribo desde la piel de una víctima deslumbrada por la dirección cinematográfica.

Cuando me inscribí en el curso de Dirección Avanzada que imparte la Academia de Cine de Nueva York, presenté un guion de siete páginas con las ideas bien claras sobre cómo iba a ser mi cortometraje. Aquellas páginas estaban repletas de anotaciones al margen. En mi sueño, una mezcla entre la estética del cine francés de los sesenta y las historias que escribía Pedro Almodóvar durante la década de los noventa.

Cuando llegó el día de grabación, con el casting de actores cuidadosamente elegido, no podía parar de pensar en cómo iba a distribuir aquella única jornada de grabación que la academia concede a sus directores noveles, así como en cuáles serían mis indicaciones al elenco de actores y actrices que habían accedido a encarnar a mis personajes.

Si me pidieran una definición de ¨rodaje¨, diría algo así como «un periodo de tiempo en el que se suceden diversos infortunios y nada sale como estaba planeado». El primer problema al que te enfrentas al ponerte detrás de la cámara es el tiempo; el segundo problema son las condiciones de rodaje, pues cambian con tal rapidez que adaptarse a las nuevas parece misión imposible; y el tercer problema es el mismo director, que con sus ansias de dirigir el corto con perfección se entromete en los diferentes departamentos del rodaje: escuchando las pistas de audio una y otra vez, para verificar si el sonido de la escena es adecuado; interrumpir las actuaciones de los intérpretes para dar constantes indicaciones que en algunos casos –por no decir la mayoría—, sobran.

Pero el mayor de los errores no es otro que pensar, cada dos por tres, qué haría tal director consagrado en cada caso que se me iba presentando.

Las penurias que se pasan en la silla del director no son diferentes a las que sufre un contable o un abogado que adora lo que hace, por encima de las dificultades con las que se va topando.

Me alegra poder decir que acabé mi cortometraje en el tiempo estipulado por la Academia, que las interpretaciones fueron aplaudidas por el profesorado y que el Festival Internacional de Estudiantes y Nuevos Cineastas (ISENMA, en sus siglas en inglés) nos dio el galardón de Oro en su última edición. Pero ni las buenas críticas ni la estatuilla que ahora adorna mi estantería igualan el placer que me produce gritar: «¡Acción!».

Adjuntamos el “link” del cortometraje:

https://www.youtube.com/watch?v=m3fGnRQGdT8