IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Miradas

Julia López Espejo, 16 años

                  Colegio Zalima (Córdoba)  

Cuando miro alrededor, aprecio el sinfín de informaciones que puedo recabar. Con ellas me he dado cuenta de la fuerza de las miradas. Gracias a las miradas, soy capaz de interpretar muchos elementos que me proporcionan una satisfacción inmensa.

Por ejemplo, en la mirada de un niño percibo el alboroto del juego, el desorden de la diversión sin reglas, las campanillas de una conversación dicharachera e impulsiva, inquieta y curiosa. En su mirada, además, leo todo el camino que al pequeño le queda por recorrer. Para él, todo está por construir.

En las miradas adolescentes se refleja la inseguridad de los sentimientos caprichosos, el miedo ante los desafíos. En sus ojos hay expresiones retadoras mezcladas con rasgos de ingenuidad y fascinación. Y, ¿por qué no decirlo? un brillo de esperanza ante un futuro que se puede tocar con la yema de los dedos.

Las miradas de la experiencia vienen a mí cuando contemplo la lucha de esas personas que, día a día, pelean por sobrevivir. Los mayores saben que no deben retroceder, que tienen que mirar siempre al frente porque la vida los empuja. Son miradas vivaces, enérgicas, ágiles e ilusionadas, aunque a veces se tornan cansadas y hasta desencantadas. Ante el desencanto, prefiero las miradas firmes, claras y, por tanto, seguras.

Hay miradas que reflejan un buen conocimiento de la vida. Son curiosas y observan las escenas de nuestra existencia con diferentes grados de intensidad. No lo saben, pero a su vez son observadas por miradas que buscan respuestas.

Y hay miradas que presentan sus imágenes en claroscuro. Sus ojos reflejan escenas que penden del pasado más que del presente o del futuro. Su visión es imperfecta, pero su bagaje está repleto de sabiduría, de vivencias de todos los colores. Los párpados caídos que las enmarcan denotan un vivir pleno y desgastado, debilitado por el paso del tiempo. Ha desaparecido el brillo, la expresión chispeante, pero les queda la experiencia y el acervo de la tenacidad.

Esas miradas ancianas me enseñan historias fascinantes que me hacen olvidar las miradas chispeantes de las "estrellas" que aparecen en el cine y la televisión, en las revistas e internet. Sin pretenderlo, las miradas cansadas me ayudan a apreciar lo esencial de la vida, que no es un sueño, como afirmaba Calderón de la Barca, sino una experiencia real desde que miramos por primera vez y hasta que, con la última mirada, el tiempo se nos va de las manos.