XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Nicka 

María del Carmen García Lea, 15 años

Colegio Altaduna (Almería)

–“Soy una burra tan delicada que si me hace cosquillas el pelo, tengo que rascarme”.

No podía creérmelo; esa noche era la representación de la obra y no me sentía segura en mi papel. Siempre me ha gustado actuar, pues me supone un escape de la realidad que me enriquece, pero enfrentarme al público yo sola… Me asustaba mucho.

Los nervios hacía rato que se habían agarrado a mi garganta, y sabía que no tenían ganas de irse. Intenté relajarme, recorriendo las tablas del escenario de un lado a otro, tratando de controlar la respiración tal como me habían enseñado. Pero no es sencillo. Noté que me faltaba el aire.

Los focos me cegaban de tal manera que no me permitían ver dónde empezaba el patio de butacas y dónde acababa. Faltaban dos horas para que la gente comenzase a inundar la sala, expectantes porque iban a ser testigos de “El sueño de una noche de verano”, de Shakespeare, interpretado por alumnos de cuarto de la ESO. 

Me acerqué a las escaleras que accedían al proscenio, flexioné las rodillas y me senté con las piernas acurrucadas en mi pecho. Envolví mi cabeza con las manos y traté de convencerme de que todo iba a salir bien. Lo hice una, dos, tres veces, pero no lo conseguí: el corazón me seguía latiendo a mil, tan rápido que llegué a creer que se me iba a salir del pecho.

Y, de pronto, percibí que no estaba sola. Alguien había entrado en el teatro. No podía permitir que me viera en aquella situación de angustia. Me levanté de un brinco y fijé la mirada en el fondo, pero las luces me imposibilitan la visión.

–¿Cómo va mi burra preferida? 

Reconocí la voz al instante. Me hizo sentirme segura. El cuerpo se me relajó.

–Deja de repasar tu papel, o te vas a volver loca.

–Creo que ya lo estoy –corroboré antes de volver a sentarme–. Me he dado cuenta de que no me sé el guion. Se me olvida cada frase. ¡Ya no sé hacer de burra!

Esto último le resultó gracioso, porque su carcajada desplazó el silencio que antes reinaba en la sala.

–Claro que sabes, hermanita. Te pasas el día haciendo de burra en casa –. Se acercó hasta donde yo me encontraba y me tendió su mano, pero no la acepté–. Tienes que dejarte llevar, no puedes pretender imitar el personaje sino que tienes que convertirte en ese personaje.

–En burra, vaya –. Me devolvió otra risa.

–Tu papel no es sólo hacer de burra. Eres Nicka, una cómica divertida que enamora al rey de las hadas con ayuda de un duende travieso –. Me zarandeó de un lado a otro con efusividad, y añadió: –Esta historia representa todo lo que amas: un amor que va más allá de lo que ven los ojos, pues se centra en el alma y el corazón. Por eso tienes que volcar tus sentimientos en tu interpretación. Si lo haces, nada puede salirte mal.

Había escuchado cada una de sus palabras con detenimiento. Sabía que tenía razón, pues no se trataba de fingir, si no de ser burra durante hora y media. 

Levanté la cabeza. En cuanto nuestras miradas se cruzaron, atisbé en el fondo de sus ojos el cariño que me tiene. Me transmitía una confianza que me impulsó a ser la mejor Nicka que jamás se haya interpretado. Los nervios que habían decidido quedarse a vivir en mi garganta, habían desaparecido. Mi pulso se relajó.

Sin pensármelo dos veces, me colgué de mi hermano. Aunque sabía que los abrazos no le gustaban, él me apretó contra su cuerpo para brindarme la seguridad que necesitaba en ese momento.

–Gracias –no conseguía articular otra palabra.

–No hace falta que me las des, peque.