IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Noches de cuento

Paloma Abril, 15 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Cuando la luz del día declinaba, dando paso a la noche más larga del año, las lámparas de los hogares se encendían una tras otra, dejando traslucir a través de las cortinas los mundos de su interior.

En una ventana hay una niña sentada en el regazo de su abuela, que la peina. Tienen de fondo una banda sonora formada por los incesantes ruidos de los vecinos, el chirriar de los pestillos y el canto de un canario que desde su encierro da la bienvenida a la luna. Es tan sólo una melodía de acompañamiento que enmarca el sonido más importante de la velada: la voz de la mujer que desgrana una historia tras otra.

Son cuatro días en los que la pequeña se convierte en una invitada de honor para su querida Yaya: los dos equinoccios y los dos solsticios del año se convierten para ellas en “las noches de los cuentos”, pues su abuelita le narra cualquiera de sus aventuras vividas a lo largo y a lo ancho del planeta, viajes a lomos de elefante o en una carabela pirata, su romance con un duque o cómo conoció al honorable Emperador chino.

Como éstas, eran miles las fantasías que la niña ansiaba escuchar cada seis meses. Por eso, cuando la voz de la mujer empezaba a invadir la estancia todo desaparecía para que su nieta pudiera ver todo lo que su abuela le contaba, voces que formarían los tesoros de su infancia.

Pero, ¡oh!..., se hace tarde. A la mañana siguiente una de ellas se tiene que levantar lúcida para afrontar un nuevo día de escuela. Por lo tanto, el ritmo de la narración empezaba a disminuir, precediendo a los últimos acordes, a las últimas palabras.

El idílico paisaje se va desvaneciendo, mostrando otra vez la habitación, remitiendo el brillo en los ojos de las dos protagonistas, porque estas noches no son sólo una delicia para la pequeña, sino que para su abuela son únicas, pues parece que sobre sus hombros los años no pesan tanto, que ya no tiene el corazón encogido. En esos momentos la invade una sensación de paz, porque cuando le muestra sus recuerdos no se inventa nada, tan sólo narra como los ve la niña que lleva dentro, la niña que nunca quiso dejar de ser.