XIX Edición
Curso 2022 - 2023
On, off
Loreto Marsal, 17 años
Colegio Ayalde (Vizcaya)
Hace millones de años, una especie de homínido destacó sobre las demás gracias a su alta capacidad resolutiva. Su intelecto desarrolló y perfeccionó las áreas del pensamiento y del comportamiento, así como saberes basados en la experiencia. A partir de entonces, sus cualidades intelectuales se fueron mejorando siglo a siglo, hasta que se convirtió en el ser humano que hoy conocemos. No obstante, a veces tengo la sensación de que la especie ha involucionado, pues me cuesta distinguir al homo sapiens de aquel homo neanderthalensis, a cuenta del móvil que llevamos en la mano y nuestra búsqueda desesperada de un wiffi en abierto.
Las personas somos capaces de soñar, de reír, de llorar, de transmitir de mil y una formas lo que pensamos y sentimos. Del mismo modo, somos capaces de construir, de inventar y descubrir aquello que nos facilita y mejora la vida. Gracias al estudio, a la educación y a la salud hemos ganado longevidad y bienestar. Pero parece que las nuevas generaciones nos desdecimos de tantos logros.
La tecnología puede ser una buena amiga: utilizarla como herramienta para realizar algunas tareas cotidianas, agiliza el empleo de nuestro tiempo; su buen uso posibilita la interacción con nuestros seres queridos; nos brinda seguridad al salir a la calle sin compañía y facilita el aprendizaje, ya que nos proporciona un continuo flujo de información (aunque a veces, por no contrastarla, resulte errónea); gracias a ella dominamos datos y noticias que nos eran desconocidas y que hoy nutren nuestro cerebro.
Sin embargo, basta un paseo por la calle para apreciar que esa tecnología también es una máquina de tortura, a la que sometemos a los más pequeños para que <<se estén calladitos y formales>>, aislándolos del mundo y entumeciendo sus sentidos, además de someter a sus cerebros en formación a una sobrecarga en las áreas reservadas a las tareas cognitivas, disminuyendo su capacidad de concentración y de pensamiento lógico, borrando su identidad y difuminando la forja de su carácter.
Según un estudio realizado por la Universidad de Navarra, en 2019, el abuso de las nuevas tecnologías entre los menores, provoca Trastornos Disociativos de la Identidad, daños irreparables en el sistema nervioso, sobrepeso causado por el sedentarismo e insomnio, además de adicciones severas.
No deberíamos volver voluntariamente a las cavernas, ni permitir que nuestro encefalograma se quede plano, que nuestros dedos se atrofien de tanto apretar botones, que nos diviertan las obscenidades y que, como borregos, nos dejemos llevar por la marea cual navío sin capitán. No nos limitemos a observar y llevar a cabo estos comportamientos sin intervenir para evitarlos. Apagemos las pantallas y abramos los ojos al maravilloso mundo en el que vivimos, que nos brinda millones de posibilidades on-life.