IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Otoño

Mª Amparo García-Vilanova, 14 años

                 Colegio Vilavella (Valencia)  

María tenía una zapatilla apoyada en el bordillo de la acera y la otra en el pedal de su bici roja. Observaba a su gato Calcetines –blanco y con manchas color chocolate en las patas- dar unos pasos cautelosos tras atravesar los barrotes de la verja del jardín. María hizo un movimiento y le acarició la cabeza.

-¡Vamos, Juan! –exclamó, provocando que Calcetines se asustara y volviera por donde había venido.

-Espera a que acabe de hinchar las ruedas –se escuchó desde el interior del jardín.

Juan aceleró su trabajo para reunirse cuanto antes con su hermana. Al final dejó la bomba y se montó en una bicicleta azul. Al unísono, gritaron un “adiós” a la familia. Su padre salió a toda prisa con un casco en cada mano, pero la pareja ya había desaparecido.

María adoraba sentir aquella libertad que percibía al manejar la bici: su melena ondeada por el viento y la lucha que mantenía en algunos tramos con las rachas de aire.

-¿Vamos al Pozo Viejo?

Juan hizo un gesto con la cabeza indicando aprobación. Torcieron hacia los caminos de arena y piedras, dejando atrás la carretera que llevaba al pueblo. Alrededor se sucedían las viñas, más viñas y algún que otro árbol rodeado de viñas. Era otoño y se mezclaban los tonos rojos, violáceos y naranjas.

Juan imaginaba un campo de batalla repleto de obstáculos. Su objetivo consistía en rodearlos, evitarlos y saltar las minas del enemigo con alguna que otra pirueta. Soñaba grandes aventuras sobre una moto, aquella moto por la que tanto suspiraba…

María no deseaba alejarse tanto de la realidad. Prefería superar las pequeñas pruebas que traía cada jornada.

Después de un tiempo de constante pedaleo, en el que surgió alguna que otra carrera, comenzaron a notar fatiga.

-¡Allí está! –gritó Juan, jadeante.

María divisó una casa aislada –por supuesto, abrazada por un viñedo-. Era el Pozo Viejo.

Juan soltó los brazos del manillar y los alzó en señal de victoria mientras pedaleaba. María solo se atrevía a separar una mano, pero esta vez tuvo arrestos y levantó ambas. Sonrió para sus adentros ante la pequeña hazaña.

Los chicos aparcaron sus bicis y bebieron un trago de agua. María caminó hacia un almendro y escogió un racimo de uvas de entre todas las cepas. Entretanto, su hermano buscó un par de piedras para partir las almendras.

Se sentaron a un borde del camino y contemplaron aquella vista sin decir palabra.

-Todo sabe mejor cuando no es tuyo –comentó Juan unos minutos después, observando los frutos que iba a llevarse a la boca con mirada pícara.

Una gota resbaló lentamente por el cristal de las gafas de María, que miró hacia el cielo. Ambos se levantaron y tomaron las bicis. La lluvia fue creciendo más y más. Se estaban empapando. Sin embargo, pedaleaban tranquilamente, disfrutando aquella tarde de otoño.