XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Papa Noel 

Juan Pedro Delgado de Olmedo, 17 años

Colegio Tabladilla (Sevilla)

Las calles, envueltas en un frío punzante, estaban repletas de luces navideñas que componían distintas formas. La espesa nieve dificultaba la circulación, y las huellas que dejaban las pisadas desaparecían en poco tiempo a causa de la tormenta.

Roberto entró en un bar para refugiarse del frío. Se sentó en la barra y le pidió al

camarero un zumo de mango con vodka. Se lo tomó de un trago y sintió cómo

la bebida atravesaba su garganta con una quemazón, hasta asentarse en su estómago.

–Otro, por favor.

Al rato, un señor algo gordito, con una elegante gabardina azul marino se sentó a su lado y le preguntó, señalando el anillo que tenía en la mano derecha:

–¿Casado?

Roberto le observó con sorpresa.

–Sí.

–¿Tiene hijos?

–Pues sí, dos chavales encantadores –le respondió con una triste sonrisa.

–¿Y qué hace que no estás con ellos? –inquirió de nuevo, clavándole sus pequeños y

escondidos ojos–. Estamos muy cerca de Nochebuena.

–Estoy divorciado, señor. Así que están en la casa del marido de mi

exmujer. Le apuesto lo que quiera a que esta noche no se acuerdan de mí. Ese tipo ha sabido ganárselos con toda clase de regalos.

–Así que lleva tiempo sin verlos.

Roberto afirmó con un gesto de dolor.

–¡Qué lástima! –comentó el de la gabardina.

Roberto pensó que el tono de su voz tenía la virtud de tranquilizarle, así que siguió

hablando.

–Soy un desastre –se bebió el chupito de un golpe–. Mi esposa me dejó porque no soy

capaz de aguantar tiempo en un trabajo. Voy de empleo en empleo.

–Ahá, comprendo… –respondió con voz atenuada.

–¿A que no se imagina cuál es mi actual ocupación?

–Pues no; sorpréndame.

–Me ha contratado El Corte Inglés para que me vista de Papá Noel y reciba las cartas de los niños –enunció divertido.

–¿De Papá Noel? ¡Que coincidencia! –exclamó mientras se le escapaba una carcajada.

–¿Coincidencia? ¿por qué?

–Por nada, por nada. Vaya… Pero mira que hora es –consultó su reloj–. Debo irme; se me ha hecho tarde. Y usted también debería –le aconsejó–. Supongo que mañana tendrá que trabajar.

–Tiene razón –respondió mientras se levantaba y ponía un par de monedas en la barra.

Roberto abrió la puerta y le ofreció salir. El de la gabardina azul se marchó haciendo un gesto de complacencia.

–¡Muchas gracias, Roberto! 

El hombre desapareció rápidamente entre el bullicio de la gente. Roberto se quedó un momento dubitativo y luego salió veloz del bar. Miró a ambos lados buscándolo, se abrió paso entre la gente, pero… nada: se había esfumado.  

<<¿Cómo es que sabe mi nombre?>>, estaba anonadado, <<¿Quién es ese hombre tan amable?>>.

Le despertaron los primeros rayos del amanece, que entraban punzantes en su habitación a través de la persiana medio abierta.

–¡Qué frío! –profirió, pues tenía los pies helados. 

Se puso en pie y  tuvo que envolverse en el edredón, como si fuera un abrigo. Eran las ocho y media del veinte de diciembre. Tenía que ducharse y desayunar rápidamente.

De camino al centro comercial, pasó junto al edificio donde vivían sus hijos. Con nostalgia, comenzó a recordar todos los buenos momentos que había pasado con ellos.

–¡Qué ganas de verlos! A ver si después del curro me paso a ver cómo están –se dijo entre suspiros–. Aunque ese tipo es capaz de no abrirme la puerta.

Llegó a El Corte Ingles, se puso el atuendo de Papá Noel y se acomodó en su grandilocuente trono. A lo largo del día vinieron muchos niños que se sentaban en sus rodillas y le contaban, con ilusión y cierto temor, los regalos que le habían pedido. Roberto les preguntaba cómo se habían portado a lo largo del año, los escuchaba con afecto y les decía que se esforzasen por ser buenos durante el año que iba a empezar en pocos días. Mientras atendía a los pequeños, pensaba si iba a tener el valor suficiente para llamar al telefonillo del piso donde vivían sus hijos. 

Quedaba poco para terminar su turno, cuando de súbito vio al señor que se encontró la noche anterior en el bar. Para su sorpresa, a su lado estaban Carlos y María, sus hijos. También la que había sido su mujer, María, con su nuevo marido. El misterioso hombre le guiñó el ojo derecho a la vez que a Roberto se le dibujó una amplia sonrisa. 

Carlos y María echaron a correr para sentarse, cada uno en una de sus piernas. 

–Hola, papá –le susurró Carlos al oído–. Te echamos mucho de menos.

–Eso, eso –corroboró María mientras le achuchaba con fuerza.

Le hablaron de su nueva casa, de lo contenta que estaba mamá y le enumeraron los regalos que querían en esa Navidad. Roberto los escuchó con gusto, mientras les acariciaba sus cabellos. Acto seguido le abrazaron y le dieron un beso. 

Carlos, un poco mayor que María y consciente de cómo se sentía su padre, le dijo antes de irse: 

–María y yo queremos que sepas que para nosotros tú eres nuestro verdadero papá no él.