IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Por casualidad

Berta Cervilla, 14 años

                 Colegio Monaita (Granada)  

El rugido del motor le indicó que ya habían llegado a la parada. Se puso en pie mientras se quitaba los auriculares del iPod. En unos segundos, una masa de personas se aglomeró en torno a la puerta. Dando unos codazos, Elena consiguió colocarse detrás de una mujer que llevaba a un niño pequeño de la mano. El pequeño le dijo algo a la madre, que le correspondió con una dulce mirada.

Para cuando Elena consiguió salir del vagón, todo el mundo se había dispersado. Las puertas casi le pillaron el bolso. Con suspiro de alivio se encaminó hacia la salida. El reloj de la estación marcaba las seis y cuarto, lo que quería decir que ya llegaba con quince minutos de retraso.

-Me van a matar… -masculló, aligerando el paso.

Le quedaba un corto tramo hasta las escaleras que comunicaban con la superficie, cuando algo llamó su atención. Un hombre de mediana edad y desaliñado, sentado contra la pared, tenía un cartón a modo de cartel y un cuenco. El cartón rezaba: <<Me he quedado sin trabajo, al igual que mi mujer. Tengo dos hijos pequeños que alimentar. Por favor, ayúdenme>>.

La chica echó un breve vistazo a su alrededor. Los pasajeros pasaban al lado del mendigo sin mirarlo siquiera, como si fuese invisible. Al fin, una mujer se detuvo para mirarlo unos instantes, pero enseguida negó con la cabeza y siguió su camino. Por último, apareció un chico.

-Buenas tardes, Ángel -le saludó el pobre con una sonrisa.

-Buenas tardes -contestó educadamente el joven-. ¿Cómo te va el día?

Se encogió de hombros y señaló con un gesto al cuenco medio vacío. Ángel rebuscó algo en los bolsillos su sudadera. Sacó la mano con un billete de diez euros.

-Muchas gracias –el hombre cogió el billete y le estrechó las manos.

El chico se alejó entre la multitud.

Elena pensó en los cincuenta euros que llevaba en la cartera. Tenía previsto comprarse un par de zapatos que había visto la semana anterior en una tienda. Se planteó salir de la estación, como si nada hubiese visto, y reunirse con sus amigas, pero algo en la mirada del tal Ángel había hecho que sus pies permanecieran inmóviles. Con la imagen del joven en la mente, se le acercó.

-Buenas tardes, señorita.

-Hola -dijo mientras abría el bolso y sacaba veinte euros de su cartera.

Los ojos del mendigo se abrieron con sorpresa. Elena extendió su pálida mano para que él cogiese el billete. Lo aceptó, se puso en pie y, con espontaneidad, le dio un beso en la mejilla.

-¡Muchísimas gracias! Que Dios te bendiga.

Elena se alejó y volvió a mirar el reloj de la estación. Al comprobar que eran las seis y media, echó a correr mientras una sonrisa le fue apareciendo poco a poco. Quizás no se compraría los zapatos.