XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Por su sueño

Cristina Febrer, 14 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)    

Los músicos salieron al escenario de la Philarmonie de París, cada uno con su instrumento —su compañero más fiel— en la mano. El público les miraba con admiración, por haber sido capaces de llegar tan lejos. La mayoría pensaba que el destino les había jugado una mala pasada, pero para Sandra y sus amigos no era así; sabían que Dios les había brindado aquella oportunidad: poder tocar delante del público en un escenario como ese.

La orquesta se situó y la concertino tocó un ‘la’ para que los demás afinasen sus instrumentos. Sandra afinó su viola como si le fuera la vida en ello, porque esa iba a ser una de las mejores noches de su vida y nada podía salir mal.

El director agitó su batuta, dando comienzo al concierto. Con ese gesto los arcos de los violines empezaron a subir y bajar, en perfecta sincronía. Los timbales esperaron, quietos, su gran momento; como todos, miraban al director y este, con pequeñas señas, conseguía crear un ambiente de placer, de amor, de deleite, de magia.

Iban ya por la mitad del segundo movimiento cuando Sandra empezó a cansarse. Sabía que le pasaría, pero tozuda por conseguir su sueño, no había hecho mucho caso a los médicos. Dejó de tocar y miró al director a los ojos con rostro suplicante. Él le devolvió la mirada. Sandra había visto sus ojos anteriormente muchas veces, pero nunca de esa manera: eran alegres y leales. Por encima de todo, lo que le estaban diciendo era que él confiaba en ella. Pensó en sus compañeros, que como ella, también habían luchado mucho. Al mismo tiempo, recordó la sonrisa de sus padres cuando la veían estudiar entre las cuatro paredes blancas. No podía defraudarles a ellos, ni al director de orquesta, ni a sus compañeros; pero, sobre todo, no pensaba defraudarse a sí misma.

Así que situó el talón de su arco encima de la cuerda para unirse a la melodía de las demás violas, haciendo bailar sus dedos por el batidor al son de las corcheas. Su mente no paraba de repetir la frase que le dijera su profesor en una ocasión: «Eres un intermediario entre el compositor y el público, Sandra; tienes que sentirte orgullosa de ello». Y esa fue la sensación que invadió su corazón durante el resto del concierto.

Sus labios dibujaron una sonrisa cuando el director indicó con un gesto que habían concluido. «Ha valido la pena», pensó y miró hacia arriba, dando gracias a Dios por esa noche tan especial. Entre aplausos y sonrisas, los músicos se levantaron para saludar al público. Hicieron una reverencia y al inclinarse, el pañuelo que Sandra llevaba sobre la cabeza cayó, dejando al descubierto su cabeza sin cabello.

Sin embargo, no hubo sorpresas ni caras de asombro, porque todos sabían que quien formaba parte de la orquesta del hospital luchaba contra alguna enfermedad.