XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Querida traidora

Marina Iguaz, 15 años

               Colegio Orvalle (Madrid)    

Querida traidora:

No sé si te acuerdas de cuando éramos más pequeñas, de aquellas tardes de compartir risas, llantos y de leernos la mente. Nos encantaba correr entre la gente cuando había grandes aglomeraciones, jugar al fútbol o saltar a la comba, aunque la verdad, todo valía si estábamos juntas. Recuerdo las largas horas que pasaba pensando en la lista de invitados de mi cumpleaños, en la que tú ocupabas, sin falta, el primer puesto, aun cuando sabía que debía elegir bien a las siete amigas que podía traer a casa.

Gracias a ti comencé a leer; gracias a ti aprobé aquel examen de matemáticas que tanto me preocupaba y fue también gracias a ti por quien me sentí feliz en momentos que comenzaron siendo tristes. Creía que éramos inseparables, que no podría existir un mundo en el que no estuviéramos juntas…

Sin embargo, me equivocaba. De repente, un día, me apartaste de ti y decidiste cambiarme por otros amigos. Al volver la vista atrás me doy cuenta de que tal vez fuera culpa mía; es posible que yo te necesitara más que tú a mí o que, a fin de cuentas, yo no fuera más que una carga para ti. Por un tiempo me sentí sola, perdida, no supe qué hacer, ni cómo reaccionar; pasados los primeros meses, me di cuenta de que había muchas otras personas a mi alrededor a las que no había prestado atención hasta entonces y poco a poco fui ampliando mis horizontes. Ahora casi te agradezco tu distanciamiento, pues gracias a él he podido descubrir a quienes ahora me hacen sonreír y disfrutar de cada momento, al igual que hacíamos nosotras.

Tras todos estos años separadas por el silencio, solo quiero romperlo gritándote que me perdones si al quererte tanto te hice daño. He aprendido de mis errores y ya estoy preparada para ser una mejor amiga, si tú estás dispuesta.

Puede que el mundo no se acabase en nosotras, pero en mi opinión, un mundo en el que estemos unidas será un mundo más feliz.

Un gran abrazo,

Lidia

Después de releer la carta varias veces, Lidia la guardó en un sobre y la metió en la mochila de su «querida traidora», notando cómo un peso que llevaba cargando durante años desaparecía para siempre, dejándola en libertad.