XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Recuerdos de guerra 

Paula Moreno, 17 años

Colegio Montesclaros (Madrid)

El dolor fue rápido e intenso. Enseguida notó el sabor de la sangre en la boca. Sabía que aquel momento era una posibilidad; allí todos lo sabían. Al fin y al cabo, morir en combate no es algo que extrañe a ningún soldado. Sin embargo, le tomó por sorpresa. Nunca había pensado que acabaría así, siempre había imaginado una muerte heroica. Pensó, en su agonía, que cada cual tiene un destino personal, único.

Se alistó en el ejército veinte años antes. Fue una decisión acertada. Allí cumplía una función, un servicio. Nadie le preguntaba por su pasado.Y si lo hacían, él contestaba con evasivas, desviando la conversación, sin que aquella vaguedad tuviera consecuencias. El cuartel fue el primer lugar en el que sintió que su vida podía cobrar un sentido. Nadie le reprochaba nada que él no pudiese reprochar a los demás. Todos eran iguales, es decir, él no importaba más ni menos que cualquier otro hombre de uniforme.

El ejército le dio un propósito y una razón de existir, pero el corazón humano es caprichoso. Las barbaries que contempló día tras día se fueron mezclando con sus peores recuerdos, aquellas memorias que tanto se había esforzado por evitar. Hasta que llegó un día en el que no fue capaz de distinguir entre presente y pasado: en su cabeza todo se cubrió de una nube de polvo gris, que le impedía pensar. Por eso, tuvo que abandonar las armas.

Trató de llevar una vida normal, pero el pasado le asaltaba, hasta que se convenció de que el único modo de enfrentarme a sus recuerdos sería volviendo a alistarse. 

Tras meses de instrucción, le enviaron junto a su escuadrilla como refuerzo en la primera línea de una guerra que se llevaba librando desde hacía muchos años, y de la que por fin parecía distinguirse un final. 

Entonces ocurrió. 

Entre tanta destrucción, la figura de aquel hombre le pasó desapercibida. Pero fueron esos segundos de ventaja los que acabaron por decidirlo todo. el impacto de la bala fue inmediato, pero sus estragos durarán eternamente. La vida se l escapaba a chorros. En un momento de delirio, toda su existencia se colocó ante sus ojos: dolor, golpes, hambre, falta de cariño, el rechazo de un padre, la vergüenza de una madre. Aquel era su terrible resumen.

Se fijó en el hombre. Durante un instante le pareció distinguir en su rostro los rasgos de su padre. Todo había sucedido como él le prometió en su infancia: <<Te mataré>>, pues le acusaba de ser un obstáculo, una deshonrra, un error para él y para su madre. 

Antes de cerrar los ojos y esperar a despertarse en un lugar mejor, entendió que su felicidad dependía de dos palabras: <<Te perdono>>. Y aunque ya no podía hablar, hizo un esfuerzo por incorporarse sobre los codos. Fue un segundo, tal vez dos. Cayó derrumbado, con el gesto que tienen los hombres buenos al morir.