XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Recuerdos

Vicent Dolz, 16 años

                 Colegio IALE (Valencia)    

Hace unos días me dispuse a ordenar mi habitación, que parecía una leonera. El plan era sencillo pero drástico: vaciar las estanterías para limpiarlas, desprenderme de todos los objetos que no utilizo, doblar correctamente la ropa de mi armario, alinear los zapatos y meter todo lo que no necesito en diferentes cajas.

Este tipo de orden siempre viene precedido de una sugerencia de mi madre, que no resiste el síndrome de Diógenes que sufrimos los adolescentes, ese conservar por conservar, desde un viejo billete de autobús a una billetera que de tan usada podría ponerse a caminar.

Al final del día, mi habitación se había convertido en un lugar que me costaba reconocer, así que una vez cumplido mi objetivo, me dispuse a subir algunas cajas al desván.

Una vez allí, las coloqué en el suelo, junto a otras que mi madre guardaba para regalarlas a alguna institución caritativa. Cuando di los primeros pasos con la intención de volver a mi habitación, me llamó la atención una caja polvorienta que parecía haber estado allí durante mucho tiempo.

Pasé una mano sobre aquella capa de polvo, producto de los años y vi escrita una palabra con rotulador permanente —«Recuerdos»—, que me despertó la necesidad de abrirla.

En su interior descubrí algo que me resultaba familiar: las viejas fotografías que mi padre hacía con una cámara réflex que mi madre le regaló en uno de sus aniversarios de boda.

Cuando observé aquellas instantáneas, no puede evitar sentir nostalgia al recordar a algunas personas muy queridas que ya no están junto a nosotros. Pero también regresaron algunos de los momentos más felices de mi vida, los días de la niñez en los que no existían responsabilidades ni preocupaciones, cuando el tiempo pasaba lentamente.

Me vinieron a la memoria los campamentos entre amigos, los dibujos que hacía con toda mi ilusión para que mamá los colgase en la nevera o cómo mi imaginación lograba hacer realidad cualquier cuento.

Al pasar las fotografías caí en la cuenta de que he crecido sin remedio. La cara de travieso desapareció junto a las camisetas de superhéroes, y llegó el primer examen, el primer viaje de fin de curso, el primer beso…

Ahora que soy mayor, echo de menos aquellos días sin agobios, cuando quería ser astronauta y no me preocupaba ir a la universidad para conseguir un trabajo seguro.

Pero reflexiono y me doy cuenta de que cada día es un regalo y el tiempo una oportunidad. Lo mismo puedo decir de los días que se van.

No podemos regresar al pasado, pues el reloj es la única máquina cierta. Pero cuando te abruma la nostalgia, nada como subir al desván para repasar viejas imágenes que nos han fraguado tal y como somos.