IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Resistencia

Marta Osuna, 14 años

                  Colegio Monaíta (Granada)  

14 de octubre, 1943. Un campo de concentración. Polonia.

Observé a Sergey. Sus ojos, redondos y oscuros, apenas mostraban el miedo que en realidad sentía. Tendría diecisiete años, dos más que yo aunque aparentaba ser mayor. Habíamos madurado al soportar tanta injusticia. Éramos grandes siendo tan insignificantes. ¿Qué pasaría a continuación? ¿Moriríamos? Lo ignorábamos, pues vivíamos como si cada día fuese el último. No había nada que perder. Al menos, trataba de convencerme de ello.

- Lena -susurró súbitamente Sergey. Su voz me despertó de mis ensoñaciones-, ya falta poco… Si el plan de Alex y León funciona, saldremos de aquí. Solo tenemos que sobrevivir un día más.

Asentí con la cabeza y Sergey se permitió sonreír para animarme. Sonreí a su vez. Muchos habían muerto a manos de nuestros guardianes. Decían ser superiores; decían que pertenecíamos a una raza diferente e inferior.

-Es difícil salir de aquí. Mi familia y la tuya no lo consiguieron. ¿Qué te hace pensar que lograremos escapar?

Sergey echó una rápida ojeada por si alguien andaba escuchándonos. Acto seguido se acercó a mí.

-Nada, Lena. No hace falta pensar nada. Solo ten fe. No será fácil y moriremos muchos en la revuelta pero… al menos lucha por los que pueden escapar, por los que ya han muerto y los que, gracias a nosotros, no morirán. Algún día este infierno tiene que acabar.

Alguien anunció que faltaba poco para que Alex llegara. Stanislaw había conseguido robar las armas y había ganado terreno la resistencia en los alrededores.

Al medio día nos obligaron a formar. Estábamos inquietos. En unos minutos la tranquilidad del campo de concentración de Sobibor se desbarataría. Quemaríamos todo a nuestro paso hasta que lográramos armarnos. Teníamos una baza que jugaría a nuestro favor: la esperanza.

- Sergey…

- ¿Sí, Lena?

- Prométeme que volveremos a vernos -. No sabía qué decir ni como expresar aquel cúmulo de sentimientos. Sergey era mi amigo. Incluso más que un amigo.

Tomó mi mano entre las suyas, frías.

-No puedo prometer algo que no sé, Lena. Pero, en cualquier caso, siempre estaré a tu lado. No temas.

Sonreí. Ya era la segunda vez en el día que sonreía de aquella manera. Todo un logro.

-No tengo miedo. Sólo quiero entender por qué ocurren estas desgracias.

Sergey rompió en una pequeña carcajada.

-Lena… ¡Siempre habrá algún tipo de injusticia! -. Lo miré sin entender-. A causa de la raza, el color, la religión, la cultura. Siempre habrá alguien dispuesto a perseguirte. Esa es la cuestión. Si estás dispuesta a luchar por lo que eres, entonces mereces vivir.

Nunca dejé de admirar aquellas palabras. Unas voces nos hicieron callar. Era Alexander, apodado Sasha.

-Camaradas -nos dijo-, dentro de unos minutos saldremos y lucharemos por nuestra libertad. Aunque fracasemos, ¿eso significaría que debemos abandonar?

Nuestra voz exclamó un “no” al unísono.

Sergey se acercó y me besó en la frente. Enrojecí. Entonces, él sonrió y observó a Sasha.

Lo miré también. Observé esos rasgos fuertes, capaces de cambiar nuestro destino a manos de los nazis. . Era un prisionero y rebosaba más vida que cualquier persona libre. Sergey formaba parte de ese elenco de personas extraordinarias. Él y Sasha nos devolverían la fe. No estábamos perdidos.

- ¡Adelante!