XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Ruinas

Emma Roshan, 15 años

                  Colegio Iale (Valencia)    

Se apoyó en un muro derruido y sacó la foto del bolsillo por enésima vez. Ya sabía su contenido de memoria, y el doblarla y desdoblarla tantas veces había hecho que se llenara de arrugas y que se le hubieran pelado un poco las esquinas. Pero de alguna manera le reconfortaba recordar el hecho de que pronto encontraría lo que buscaba. Apretó el trozo de papel contra su pecho y se levantó, dispuesto a proseguir con su búsqueda.

Escaló edificios, saltó brechas y exploró allí por donde podía, esperando encontrar aquella casa, rodeada de una valla blanca. Era el edificio que aparecía en la foto que le habían dado tiempo atrás, la casa en la que supuestamente vivía su familia. Pero todo lo que había encontrado hasta entonces eran edificios abandonados y sueños perdidos.

Desanimado pero no vencido, siguió caminando por las calles del pueblo, observando atentamente cada detalle a su alrededor.

Llegó a los límites del lugar, en donde terminaban las viviendas y comenzaban los campos de cultivo. Al principio dudó entre seguir por el camino sin asfaltar que serpenteaba entre los trigales o continuar buscando entre las urbanizaciones. Entonces cayó en la cuenta de que la casa de la foto aparecía entre árboles y plantaciones. Además, aquel campo le resultaba vagamente conocido. Por eso decidió tomar el sendero de tierra.

Como el sol se estaba poniendo, se caló la capucha para evitar la luz directa y prosiguió su marcha. Los rayos iluminaban las espigas de trigo mecidas por el viento, dándoles el peculiar tono dorado del atardecer. Sintió la brisa acariciándole la cara y se imaginó por un momento lo que haría cuando encontrase la casa: entraría para descubrir a los suyos sentados alrededor de la chimenea, preparando la cena y jugando a las cartas. Les abrazaría, con más intensidad a sus padres, a quienes había conseguido perdonar por abandonarle en un orfanato dieciocho años atrás.

Divisó un lago, cuyas orillas estaban salpicadas de algunos edificios bastante separados entre sí. No alcanzaba a distinguir el color de sus fachadas. Aunque no sabía si la casa que buscaba se encontraba allí, un presentimiento le empujó a echar a correr. Corrió, con las suelas de sus viejas botas de montaña golpeando el suelo a cada zancada. Estaba ya muy próximo.

Por primera vez desde que le entregaron aquella foto, la dejó caer al suelo. Todo estaba en ruinas, destruido, quemado, hecho pedazos. La valla blanca estaba rota y descolorida. El tejado, hundido. Las paredes, surcadas por las cicatrices negras del humo de un incendio ocurrido muchos años atrás.

Pero era su corazón el que estaba definitivamente en ruinas.