XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Salvar el rock and roll

Cristina Cordero, 16 años

                Colegio Tierrallana (Huelva)    

El estruendo de unas notas de guitarra hizo vibrar el aire del estudio. Eva sabía cómo convertir el aparente ruido en una melodía. La música era para ella un túnel que la conducía a un utópico nirvana. Aquel viaje extático podía emprenderlo sola; sin embargo, esta vez Guille estaba al bajo, Julia pulseaba la batería y Víctor ponía su voz.

Era la presentación de “La Patrulla” a una de las compañías más importantes del negocio de la música y estaban decididos a convertirse en el Greenpeace del rock and roll para combatir la extinción de este estilo.

Una vez ofrecieron el repertorio de sus últimas canciones, esperaron al veredicto que se cernía sobre la banda.

—Disculpad… —habló un hombre enchaquetado desde la puerta del estudio—. El ensayo ha sido maravilloso (no soy quién para negarlo), pero no es el estilo que buscamos.

—¿Por qué? —gritó Víctor, olvidando que el micrófono seguía en “on”—. ¿Cuál es el estilo que buscáis?

El mánager hizo una pausa antes de responderle para aclararse la garganta.

—Bussines is bussines, muchachos —se excusó—. Por eso buscamos canciones que nos aporten más beneficios. Las vuestras son magníficas, pero lo más probable es que no satisfagan a nuestros compradores.

Los chicos le aseguraron que estaban dispuestos a realizar una disimulada adaptación de su música, si la compañía les permitía expresarse con libertad.

—No, no… —hizo el hombre un gesto con las manos—. Lo vuestro no es lo que buscamos.

Eva avistó a sus amigos, que estaban desolados. El principal enemigo, como siempre, era el dinero. Aquel era el tercer estudio que renunciaba al rock. Con el corazón desbocado, decidió rebelarse.

—Chicos… —llamó su atención. Dio un suspiro y con el puño cerrado elevó el brazo, como si ansiara asaetar un golpe—. ¡Ahora o nunca!

Deslizó la mano izquierda por los trastes de la guitarra al tiempo que hacía bailar la derecha. Sintió cómo la adrenalina asaltaba sus venas. Ante la emoción que destilaban los ojos de Eva, Julia aporreó la batería con las baquetas. Guille imitó a sus compañeras. Cuando cada instrumento alcanzó una perfecta armonía, Víctor soltó su voz potente y singular.

—¡Por favor, basta! —suplicó el mánager.

Guille sacudía la cabeza mientras le mostraba una sonrisa ladeada, al tiempo que Víctor se subía a una mesa, sobre la que comenzó a bailar. El grupo derramaba energía en estado puro.

El hombre se dio cuenta de la pasión de aquellos chicos, capaces de mucho más que hacer ruido para hostigarle, pero su decisión estaba tomada.

Aunque fueron expulsados del estudio, “La Patrulla” consiguió salvar el rock and roll en el garaje de Guille. Era un lugar pequeño y austero, pero suficiente para dar sentido a cuatro vidas que creían en un modo distinto de vivir.