IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Sanos y salvos

Marta Osuna, 14 años

                  Colegio Monaíta (Granada)  

El incendio se expandía deprisa.

-No puedo aguantar más -sollozó Alicia.

Apretó fuertemente contra su pecho a Carlos, su hijo de cuatro meses, mientras con el brazo izquierdo buscaba apoyo en su marido.

El incendio había derrumbado la pared de la cocina cuando Alicia preparaba la comida. Se le quedó la pierna aprisionada. Fernando logró liberarla antes de que las llamas envolvieran la estancia. Salieron de la habitación y empezaron a caminar sin rumbo fijo a causa del humo, que se había apoderado del piso.

-Vamos, aguanta… Sé fuerte -Fernando no sabía cuántas veces había repetido la misma frase. Intentaba tener fe, pero parecía que el fuego también iba consumando las pocas energías que le quedaban.

Carlos se puso a llorar; hasta él notaba que algo iba mal. Asustado, buscó refugio en su madre, que seguía tapándole la boca y la nariz con el único paño con agua fría que había encontrado.

-Sshh, tranquilo… Vamos a escaparnos, ¿entendido? -le dijo Alicia, más bien dirigiéndose a sí misma, tratando de aumentar las pocas esperanzas que le quedaban.

<<Salida de emergencias>>. La inscripción iluminó sus ojos, pero antes de avanzar Fernando la retuvo. Vieron cómo caía una viga del techo, que se interpuso entre ellos y la puerta. La suerte se había vuelto en su contra.

- Fernando…

Por unos instantes, Alicia recordó un pasado al que ansió volver, en el que enmendar sus errores y valorar a aquellas personas de las que nunca pudo despedirse. ¿Era aquello lo que se siente antes de morir?

-Te prometo que saldremos sanos y salvos -Fernando le había agarrado de la cintura para darle fuerzas. La guió por medio del pasillo-. Piensa lo feliz que seremos… Encontraremos un nuevo hogar con un jardín para que Carlos juegue con sus amigos.

Fernando se detuvo unos segundos para recuperar el aire.

Alicia avanzó con más energía; las palabras de Fernando siempre le habían dado ánimos. Desde que le conoció, nunca volvió a sentirse una mujer débil. Aquel era el truco: no darse por vencida.

Divisaron un pasillo sin llamas. Fernando sonrió y, con un último esfuerzo, se acercaron a la puerta del fondo.

Alicia lo veía todo borroso, pero enseguida notó unas fuertes manos que le ayudaban a dejar el edificio. Al sentir el frío en la cara, comenzó a llorar. Respiró con hondura mientras los bomberos seguían intentando acabar con el incendio.

Fernando la miró y observó a su hijo mientras ampliaba una sonrisa interrumpida por las toses. Después se aferró a las personas que más amaba del mundo.