IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Se marchó

Elena Carmona Lloret, 16 años

                 Colegio Iale (Valencia)  

Alba introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta de su piso. Al entrar, apreció que el apartamento estaba totalmente a oscuras, cosa que era extraña porque generalmente, a esas horas, Raúl ya había llegado del trabajo.

Se quitó el abrigo y se dirigió a la cocina. Todo estaba tal y como lo había dejado por la mañana. Ni rastro de Raúl. Comprobó su teléfono, para ver si había recibido algún mensaje de él. Nada. Alba empezó a preocuparse, temiendo que Raúl hubiera sufrido algún accidente.

Al entrar en la habitación que compartían, todo encajó: el armario de Raúl, abierto de par en par, estaba totalmente vacío. Apenas quedaban un par de perchas allí donde solía colgar sus trajes. Encima del tocador, Alba vio una nota escrita con letras apresuradas pero perfectamente legibles:

«Mi querida Alba, lo siento pero ya no puedo seguir así. Adiós. Raúl».

El mundo se le quebró de golpe. Los últimos cuatro años que habían compartido, se acababan de esfumar con tan pocas palabras.

Al principio, no reaccionó: se quedó sentada frente al tocador con la nota entre las manos y la vista pérdida en el vacío. Poco a poco empezaron a resbalarle lágrimas por las mejillas, que se convirtieron en un llanto desconsolado. Raúl había sido toda su vida y en un segundo se había evaporado. Aun peor: solo había escrito una triste disculpa sobre una hoja de papel cuadriculado, sin ninguna explicación ni motivo. Se había ido, parecía que para siempre.

Siguió llorando desconsoladamente durante, al menos, dos horas, tumbada sobre la cama mientras recordaba todo lo que habían vivido juntos. Ella lo amaba y jamás había dudado de que él no sintiera lo mismo. Habían hablado de comprar una casa grande y de los hijos que vendrían, pero esos planes también se habían marchado con Raúl.

Alba sentía angustia mezclada con miedo. ¿Qué iba a hacer sin él? Lloró y lloró, hasta que su llanto cesó de repente. Acababa de recordar una frase que su madre solía decirle cuando era niña:

-La vida no consiste en aprender a no caerse, sino en aprender a levantarse de cada caída.

Se puso en pie y se encaminó a la cocina. Abrió la nevera y comenzó a prepararse la cena. Ponerse a cocinar no serviría para olvidar a Raúl, pero también llorar en su habitación solo serviría para alargar más el sufrimiento.

Tenía que seguir adelante con su vida. Tenía que ser fuerte.