IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Sesión con Miguelito

Esther Corpas, 16 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Casi todas las niñas que disponían inscribirse en Excelencia Literaria estaban sentadas en las sillas. Algunas hablaban entre sí y otras miraban por la ventana, esperando al famoso y peculiar escritor. En el escenario del auditorio habían colocado un vaso y una botella de agua, encima de una bandeja de plata con una servilleta de tela lo envolvía. Subí al escenario a imitar a Miguel Aranguren, ya que hacía unas horas nos había dado una conferencia sobre “El poder de la escritura” y acerca de su novela: “La sombra del cóndor”.

Mis amigas se reían y otras suplicaban que me bajara, pues de un momento a otro Miguel podía aparecer.

Comencé a aburrirme de mis imitaciones, tenía la boca seca, así que mis manos se deslizaron hacia la botella y el vaso que habían preparado para el autor. Cogí el vaso y lo llené de agua, lo alcé y fingí hacer un brindis. Las niñas de buena conducta me ponían mala cara y me mandaban que no bebiera y que dejara de hacer tonterías. En cambio, las más divertidas empezaron a corear: <<¡Bebe! ¡Bebe! ¡Bebe!>>.

Y, bueno, como soy así, que me dejo llevar por el protagonismo, bebí.

Las niñas buenas se escandalizaron. Las otras rompieron a reírse, yo con ellas. Pero luego me arrepentí un poco y agarré la servilleta y limpie el borde del vaso.

Las niñas que me tenían cierta aversión, callaron. Y me tranquilicé.

Después de un rato, cogí un rotulador y empecé a garabatear en una pizarra que se situaba en la esquina de la sala. Todas mis compañeras seguían charlando mientras yo escribía. Oía el murmullo de su parloteo y en la pizarra escribí: “Sesión con Miguelito” (así se llama uno de los protagonistas de “La sombra del cóndor”…)

El tumulto que armaban las niñas cesó de inmediato. Me imagine lo peor. Cuando me di la vuelta, comprobé que lo que había pensado era cierto: Miguel Aranguren estaba plantado delante de mí y me sonreía con la boca torcida.

Me ruboricé hasta las orejas, borre la pizarra y me senté. Miguel colocó la pizarra en medio del auditorio y comenzó a escribir algo. En la pizarra puso: “Miguelito esta aquí”, dibujó una flecha y se puso debajo, allí done señalaba su extremo. Una ola de risas envolvió todo el auditorio. Yo volví a enrojecer, pero él me tranquilizo diciéndome que no me preocupara, que no pasaba nada.