XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Siete no son multitud 

Andrés Arance, 18 años

Colegio Mulhacén (Granada)

Hay quien piensa, ante un matrimonio con dos hijos, que ya tienen suficiente. Hay quien juzga que formar una familia de cinco retoños es un suicidio. ¿Y si digo con rotundidad que siete aún no son multitud? Esa es mi perspectiva, porque mis padres tienen siete hijos.

En casa solo quedamos tres junto a mis padres, pero cuando todos nos juntamos somos catorce, lo que hace esos encuentros muy entretenidos. Aunque mi casa parezca una locura (que lo es), no me entra en la cabeza que alguien se pueda llevar mal con los de su sangre, tal vez porque yo soy el pequeño y siempre puedo contar con cada uno de mis hermanos, algo que no cambiaría por nada del mundo. Tal vez, en unos años, los miembros de esta familia hayan ascendido a las treinta personas, o más, y podamos montar varios equipos de fútbol.

Por eso, aunque pueda suceder que los hermanos se lleven mal entre sí, no es nuestro caso. Eso sí, cuando compartes la vida junto a seis hermanos, hay aspectos como la intimidad, que son difíciles de defender. Hace un tiempo, cuando estábamos todos bajo el mismo techo, el pequeño salía desnudo del baño, el quinto y el tercero se peleaban, el cuarto cogía comida del frigorífico en ropa interior... Hablando de neveras, una vez mis padres pensaron que la nuestra tenía una avería, ya que apenas enfriaba, pero la causa era que no pasaban ni cinco minutos en los que alguien no la abriera, y el motor del pobre aparato no dio para más.

Las comidas en casa son muy divertidas: tenemos una larga mesa donde colocamos dos fuentes enormes en el centro. Primero hay una ronda para llenar los platos de cada uno, y después se vive el dicho: “Oveja que bala, bocado que pierde”. Solo los más rápidos en acabar su plato consiguen repetir. Además, cada cual ha de vigilar con celo su trozo de pan, pues suele haber poco pan y mucha salsa para mojar. Cuando voy a tomarlo, ha desaparecido, y cuando me consuela acercarme a por otro filete, resulta que no queda carne. Entonces no me queda otro remedio que usar el tenedor a modo de cuchara y tomarme la salsa poco a poco, mientras las conversaciones dan fe de nuestra capacidad para hablar fuerte. Con tanta gente, si no gritas es poco probable que alguien te escuche.

Los sábados por la mañana me regocijaba pensando que podría dormir hasta tarde, pero mis hermanos decidieron que si ellos se levantan, yo también debía hacerlo, y me forzaban a que les acompañase a desayunar. Si me negaba, hacían uso del “susto de muerte”: cuando volvía a quedarme dormido, tres o cuatro personas me aplastaban, me quitaban las mantas y tiraban de mis pies. Con un humor de perros me dirigía a uno de los tres baños de la casa, pero todos estaban ocupados, así que me tocaba esperar a que alguien saliera de matar dragones o lo que fuera que le ocupaba tanto tiempo. 

Acto seguido me acercaba a la cocina, esquivando a dos hermanos que salían rodando en una bola de puños y codos, mientras mi hermana mayor les acusaba: <<¡Sois unos brutos!>>. Al entrar en la cocina, otro de los mayores me dio el segundo “susto de muerte” de la jornada, pues me lanzó un grito desde detrás de la puerta que casi me paralizó el corazón. 

Un sábado, cuando al fin conseguí sentarme a desayunar, pregunté si alguien me podía pasar la leche. De pronto, una botella voló hacia mí. A cualquier persona se le habría caído al suelo, pero la vida en una familia numerosa me ha desarrollado muy buenos reflejos: la cogí al vuelo. Además, había magdalenas y logré comer con relativa paz.

Me vestía antes de sentarme a leer en el sofá, pero una voz gritaba: <<¡Eh, esa camiseta es mía>>. <<Era>>, le respondía, regodeándome en el tiempo verbal. Entonces, mientras buscaba un hueco repleto de almohadones, abrí el libro, pero noté un empujón. <<Donde caben dos, caben tres>>, me dijeron.

Apenas estreno ropa. Heredo la que a mis hermanos mayores les ha quedado pequeña. Reconozco que hasta hace unos años, no estrené una sola prenda, pero ser tantos es una gran oportunidad de aprendizaje. Todos quieren cuidarte y evitar que cometas los errores por los que ellos pasaron. Y llueven las bromas sin descanso, lo que hace muy divertida la convivencia, aunque de vez en cuando desee un poco de paz, lo que no quita el amor que nos tenemos.