XIX Edición
Curso 2022 - 2023
Sin miedos
Sofía Mª Pizarro, 16 años
Centro Zalima (Córdoba)
En el preciso instante en el que pisó de nuevo el patio de colegio, donde vivió tantos recreos llenos de risas, complicidades y aventuras, Ana comprobó que se había convertido en otra persona.
No le dolía volver, porque había perdido el miedo a sus recuerdos. Al fin había logrado enfrentarse a tantos años de martirio. Y se sentía fuerte, con ganas de exprimir su adolescencia. Atrás quedaron los días en reposo, las faltas acumuladas por no asistir a clase, los fines de semana encerrada en casa…
Observó a su alrededor y se sintió plena al ver rostros conocidos que le sonreían y otros que apenas recordaba. Estaba en paz, pues aquel patio de hormigón ya no era el campo de su enemigo, sino el escenario de una dura prueba de superación que le había hecho más responsable.
Su memoria volvió a un día lluvioso en el que bailaba con todos sus compañeros frente al resto del colegio (padres, profesores y alumnos). Sin querer pisó un charco, resbaló y se cayó al suelo mientras escuchaba el crujir de su rodilla.
Pero ya no era una escena traumática. La recordaba desde su yo actual, en otra etapa de su existencia, convencida de que todo lo que sucede tiene un motivo, y que el tiempo otorga la perspectiva para colocar las cosas en su justo lugar.
Miró al frente y dijo con voz tenue:
–Ya no me puedes. Ya no te tengo miedo.
Había pasado unos años muy difíciles, con noches que se le hacían eternas, entre lágrimas y frustración por las oportunidades que veía pasar ante su falta de valor para tomarlas.
Se fijó en las gradas, en las que se habían celebrado tantas fiestas, allí donde la multitud rompió en una humillante carcajada. Y volvió la mirada al punto exacto de la caída.
Ana se acuclilló para pasar los dedos por la superficie grisácea. Había aprendido a perdonar y a perdonarse.
—Tengo una nueva vida, he hecho nuevos y buenos amigos —murmuró, fija en el suelo, como si se dirigiera a alguien que le hubiera causado mucho daño—. Puedo salir, con limitaciones. Y los míos lo entienden. Yo también, porque acepté mi situación, y gané.
Había ganado madurez, una nueva vida y sueños nuevos. Sus limitaciones ya no eran el centro negro y cruel de su vida.
Posó la mano y dijo:
—Me reconcilio contigo. Este colegio ya no ocupa la totalidad de mis recuerdos tristes. Eres, patio del recreo, el conjunto de muchas vivencias que ya no me duelen.
Se levantó, y con paso lento y firme cruzó por el centro del solar. Sin mirar atrás, acudió al encuentro de sus acompañantes, que la esperaban en la entrada del patio.
Orgullosa, disfrutó de aquella tarde, tan igual y a la vez tan distinta a otras ya vividas.