XII Edición
Curso 2015 - 2016
Sola
Beatriz Silva Gascó, 13 años
Colegio Vilavella (Valencia)
Miraba impacientemente la puerta del quirófano mientras echaba rápidas ojeadas al reloj. Por fin, se escuchó la ansiada voz.
—¿Asunción Kennedy?
Una enfermera vestida con una bata blanca y con el pelo recogido salió a recibirla.
—Sí, soy yo.
—Lo siento, hemos hecho todo lo posible, pero su corazón ya no responde.
Al instante, el dolor y la tristeza se apoderaron de su alma. Agachó la cabeza, intentando ocultar las lágrimas de desesperación que la ahogaban.
—Mi hijo... —exclamó entre sollozos—. Estaba jugando ¿sabe? Le encanta jugar a los coches, como a todos los niños. Yo estaba con él en el jardín, porque hacía muy buen tiempo. De repente, se le ha escapado uno de sus coches y ha salido corriendo detrás, sin pararse a mirar. Los niños tan pequeños nunca miran, no se dan cuenta del peligro. Cuando he querido reaccionar, mi hijo estaba tendido en el suelo: una moto se lo había llevado por delante ¿Qué voy a hacer yo ahora?
—La entiendo, sé lo que se siente.
—Pero estamos hablando de cosas diferentes, estoy segura de que usted nunca ha experimentado el dolor que siento ahora mismo por la pérdida de mi hijo.
—Todos los días.
—¿Qué? Eso es imposible, ¿cómo puede alguien perder un hijo todos los días? —la interrumpió.
—Todos los días veo entrar a niños y niñas en la sala de operaciones y algunos no salen. Veo a madres destrozadas y heridas en su interior y en el fondo, yo también sufro.
Pasaron unos meses en los que Asunción se sintió desgarrada por dentro; la idea de que se había quedado sola la sumía en la angustia y la zozobra. A veces surgían momentos de tranquilidad, en los que la luz volvía a brillar. Esos momentos se los debía a la persona que la había hecho trizas, pero que también le había ayudado a darse cuenta de su problema: la enfermera. Decidió llamarla para quedar con ella.
***
Se sentaron en la mesa de una cafetería. Marisa, la enfermera, le habló de muchas cosas interesantes, anécdotas que habían sucedido en el hospital, hechos relevantes de su vida, etc. Finalmente, le explicó que hacía voluntariado en una asociación que acogía a niños con cáncer, desamparados, que no encajaban en la sociedad, que necesitaban que alguien se encargara de ellos, les distrajera y les hiciera soñar. Ella conseguía hacerles ver que nada era imposible, que en el futuro podrían tener un trabajo y una familia… En definitiva, que podrían salir adelante.
Camino de su casa, Asunción pensó que su trabajo de empresaria era muy egoísta en comparación con el de la enfermera. Fue en aquella cafetería, en compañía de Marisa, donde se dio cuenta de que por muy rota que estuviera por dentro, no debía paralizar el transcurso de su vida.
***
Colgó su abrigo en el perchero, intercambiándolo por una bata blanca. Saludó a su amiga Marisa Martínez, que ahora se había convertido en compañera de trabajo.
Mientras se ocupaba de contar cuentos e historias a todos los niños que se sentaban en aquella sala de hospital en torno a ella, un pensamiento positivo inundó su cabeza, haciéndole esbozar una sonrisa: nunca jamás volvería a estar sola.