IX Edición
Curso 2012 - 2013
Soy Pablo y este es mi amigo
Sofía Huerta, 15 años
Colegio Altozano (Alicante)
Me llamo Pablo. Durante mi niñez viví en Barcelona y estudié en el Princess Margaret, un colegio de élite. Mi mejor amigo era Javier Hernández, el colega que todos desearían tener al lado. Era demasiado original, pero eso le hacía aún mejor.
Mi padre era abogado. Mi madre, una cirujana con mucho prestigio. Ambos provenían de familias adineradas, y de educación antigua.
Javi soñaba apartarse de las grandes ciudades y vivir en un pueblo. Decía que cabalgar por una pradera, con sol o con lluvia, debía ser una sensación inolvidable. Yo no lo entendía, ya que jamás había montado a caballo, pero no se lo dije.
Pasaron los años. Javi y yo abrimos una empresa destinada al aprovechamiento de los recursos naturales. Nuestros padres estaban muy orgullosos, pero Javier creía que nos habíamos convertido en sus marionetas, que ya no éramos nosotros, que nuestros sueños se habían roto.
Un año después, Javier murió en un terrible accidente de helicóptero, que él mismo pilotaba. Me quedé hundido. Mi amigo del alma, mi compañero de ilusiones, mi capitán…
En la empresa él llevaba a los principales clientes y se encargaba de los números. Sin él me sentía perdido.
Mi padre me ayudó a vender la empresa a una sociedad australiana. Es una larga y divertida historia que no debo contar ahora.
Me quedé solo y sin trabajo. No sabía qué hacer ni a dónde ir. Me sentía fatal, porque Javier pensaba cumplir sus sueños una vez se deshiciera del negocio. Al pensar en él, recordé sus palabras.
Cogí un helicóptero, suplicando a Dios que me llevase con mi amigo, cosa que no ocurrió. El piloto me preguntó por la ruta. No le respondí. Me acomodé y finalmente me quedé dormido durante el trayecto. Al despertar descubrí un lugar recubierto de vegetación. Aunque nunca había estado allí, me resultaba misteriosamente familiar.
El piloto se despidió con un “Javier, me solicitó que, cuando usted estuviera perdido le trajera aquí. Y no habrá mejor ocasión que ésta, señor.”
Al llegar a la playa, caí de rodillas admirado de tanta belleza. La isla era grande y tranquila.
<<Javi, tenías razón. Debemos buscar la manera de ser libres>>.
Paseé por la orilla hasta una pradera en la que pacían unos cuantos caballos. Más lejos encontré una cabaña. En la puerta había un letrero: “Pablo, lo siento, pero ésta ya está vendida”. Me desplomé en el porche al comprender que Javier lo había preparado todo.
No dude un segundo en trasladarme a la isla con un par de amigos. A todos les pareció el paraíso.
Uno de los primeros días, me fijé en un caballo blanco que tenía una mancha negra en la pata izquierda. Era el caballo de Javier.
Me subí a su grupa y cabalgué. Brillaba el sol en su cénit y los pájaros cantaban mientras yo admiraba aquel lugar sobre los lomos de la bestia. Javier me había cazado con la red de sus ilusiones.