XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Su mirada

María Teresa Vinuesa, 15 años

                 Colegio Grazalema    

Hacía ya mucho tiempo que no miraba a los ojos cuando le hablaban, porque nadie le transmitía confianza. Sentía como si los demás le pudieran leer los pensamientos a través de sus pupilas. Dicen que los ojos son el espejo del alma, y ella creía en ese dicho al pie de la letra. No quería que nadie supiera cómo se sentía.

—Mírame a la cara cuando te hablo –era, sin duda, la frase que escuchaba más a menudo.

Pero no se veía capaz; lo máximo a lo que se atrevía era a centrar la vista en la frente o en alguna otra parte del rostro de su interlocutor.

Pero hubo un día que fue distinto. Ella caminaba por las calles vacías desde la parada del autobús hacia su casa. Iba pensando en cómo se iba a organizar la tarde para conseguir estudiar los tres exámenes que había dejado para el último momento. Escuchó su nombre repetidas veces; una voz infantil lo gritaba detrás de ella. Se volvió para contemplar una figura inocente que corría en su dirección con su carpeta verde en la mano. Se le había olvidado en el asiento del autobús y el conductor había mandado a uno de los pequeños para que se la llevara. El niño tropezó con sus pies y se cayó al suelo. Nuestra protagonista fue a socorrerlo. El pequeño sangraba por la nariz y lloraba a mares. Intentó consolarle, pero no lo conseguía. Entonces le tomó la cara para que le mirara de frente.

—Cálmate -le dijo.

El niño dejó inmediatamente de llorar. Descubrió, con asombro, que ella poseía una mirada tan penetrante que hasta el más fiero león hubiera cesado de rugir si le hubiera mirado de aquella forma.