XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Sueños adolescentes 

 Ainhoa Estévez, 15 años

Colegio Altozano (Alicante)

Es propio que los adolescentes tengan sueños que anhelan cumplir. Unos desean triunfar en el deporte, otros convertirse en personajes populares, muchos en ser millonarios. Las de Clara, sin embargo, eran metas distintas, lo que hacía que sus compañeros del instituto la consideraran una chica extraña.

Desde pequeña repartía comida y ropa a los más necesitados que vagabundeaban por las calles de su ciudad. Al llegar a los diecisiete años, cada vez que mencionaba su deseo de atender a los pobres, sus amigas se reían de ella y formulaban comentarios ofensivos e hirientes hacia los más necesitados. A Clara no le quedaba más que encoger los hombros, consciente de que no se tomaban en serio lo que ella consideraba una misión.

Cuando les pedía a sus padres que le aportaran el dinero necesario para poder atender a aquella gente, ellos le decían que no era necesario, que para eso estaban los servicios sociales <<que pagamos con nuestros impuestos>>.

Un día, en el patio del instituto, a Clara se le ocurrió una idea. Decidió compartirla con unas cuantas amigas, para saber lo que opinaban.

–Chicas, se me ha ocurrido algo –les dijo–. Ya que mis padres no me dan dinero, podría trabajar en un bar como camarera. O en alguna casa como niñera. 

Una chica de pelo rubio que tenía la vista fija en su móvil, levantó la cabeza con un golpe brusco y se echó a reír.

–Ya está con nosotras Antoñita la Fantástica. Tía, ¿lo dices en serio? –le preguntó sin dejar de mascar un chicle–. No pierdas el tiempo, disfruta tu adolescencia: sal de fiesta, quédate hasta tarde fuera de casa, vete de compras… Además, cuando salimos de paseo no gastamos mucho. ¿Para qué quieres más?

–Os lo he comentado muchas veces –formuló Clara, poniendo los ojos en blanco–: me gustaría comprar comida y bebida a los más necesitados. Sé que no puedo solucionar la pobreza del mundo, pero sí ayudar a algunas personas de nuestra ciudad.

Las amigas se miraron entre ellas, con gesto sorprendido, como si fuera la primera vez que la escuchaban hablar sobre aquel tema. Segundos después, se echaron a reír.

–Haz lo que quieras, pero yo le haría caso a Mimi –una pelirroja señaló a la rubia de antes, que volvía a tener la vista fija en su teléfono móvil. 

Clara, a pesar de lo que acababa de oír, estaba dispuesta a conseguir aquel trabajo. Poco después encontró una heladería, situada a tres calles de donde ella vivía. El salario le permitió atender a algunos indigentes.

Meses después, las amigas de Clara decidieron sumarse a la iniciativa. 

–Clara, nosotras también estamos decididas a buscar trabajo –le anunciaron a coro.

–Hemos comprendido que es admirable lo que haces. Además, podemos realizarlo todas juntas –habló Mimi–, así que lo pasaremos genial.

A Clara le sorprendió aquel cambio de actitud y, sin pensárselo, corrió a darles un abrazo.

Es propio que los adolescentes tengan sueños que anhelan cumplir. El de Clara, además, tenía la fuerza del contagio.