IX Edición
Curso 2012 - 2013
Un mundo mejor
Marta Osuna, 14 años
Colegio Monaíta (Granada)
-Tengo miedo… Mucho miedo…-susurró con el corazón en un puño.
-No temas, Gab. Pronto acabará, te lo prometo… -contestó Silvia abrazándolo aún más fuerte.
Silvia, la audaz Silvia, quien gracias a su astucia había logrado salvarse junto a su hermano pequeño. Silvia rezaba para que se acabara de una vez por todas aquel infierno, porque estaba agotada de repetir las mismas mentiras desde hacía horas.
-¿Por qué nos quieren matar? ¿Es que nos odian? -preguntó Gabriel, que hacía esfuerzos para no romper a llorar.
-Verás, Gab, no es que nos quieran matar, es solo que… Bueno… Yo… Pues…
-¿Se te han agotado las mentiras?
Se quedó congelada durante un segundo, apenas sin respirar, tragándose las duras palabras de su hermano.
-Mira, Gab, si seguimos escondidos durante un rato más, no nos ocurrirá nada. Sólo debemos esperar a que acabe el tiroteo. Papá y mamá sabían que, tarde o temprano, esta guerra tiene que terminar. Entonces dejarán de buscarnos y seremos libres.
-Pero, ¿por qué nos persiguen?
-Porque somos especiales.
-¿Especiales?
-Sí. Temen que lleguemos a superarlos -puso una nota de optimismo en su voz, aunque interiormente maldecía al hombre al que se le ocurrió aborrecer a su pueblo, a su raza y su familia.
-Cuéntame una historia –le sugirió Gabriel, que necesitaba alejarse de ese mundo que apenas entendía-. Una historia sobre…, el mundo -propuso mientras sus ojos grandes y oscuros se iluminaban.
-¿Del mundo?- rio Silvia-. Genial, comencemos… -lo apretó contra sí-. Érase una vez un rey, pero no un rey cualquiera, sino el Rey del mundo. Un día, mientras paseaba por su enorme castillo construido en la más alta cumbre, se asomó al balcón y observó sus dominios: altas montañas bañadas en nieve cerraban los campos por el norte; el inmenso océano daba frescor y paz; las aves surcaban los cielos con graznidos que anunciaban esperanza... El rey salió de su castillo y se sentó al lado de un viejo roble, su árbol preferido. No obstante, aquel Rey se encontraba serio. Acababa de terminar una guerra, no como las que conocemos hoy sino la Gran Guerra. Lo peor de aquella guerra, es que en las batallas, unos segundos antes de que la persona pereciera desaparecía y volvía a aparecer sin ninguna herida, en el interior de unas celdas imposibles de abrir… Así que no quedaban muchos súbditos para disfrutar de aquel paraíso, así que el Rey ya no distinguía la felicidad en los rostros de los supervivientes.
Un temblor sacudió el suelo. Los dos hermanos se abrazaron. Silvia miró preocupada hacia arriba. ¿Qué podría haber sido? No podían salir del pasadizo; les descubrirían.
-¿Qué pasó entonces?-preguntó Gabriel volviendo a la ensoñación del relato.
Silvia trató de sonreír.
-Mientras el Rey observaba el horizonte, apareció una joven. <<Majestad>>, le dijo, <<tiene que echar un vistazo a las celdas… Se están llenando y los gemidos se escuchan por todas partes. Además, en la aldea los niños buscan a sus padres, pero el único que puede rescatarlos…>>. <<Soy yo>>. El rey se levantó y sonrió <<Recuerdo la ley: solo un monarca puede salvarlos a cambio de su propia vida… Me parece que la guerra ha causado demasiado mal a este bello mundo, así que confiaré en mi pueblo. Démosle, pues, una segunda oportunidad de vivir en paz>>. Desde ese momento el Rey no dejó de sonreír, hasta el mismo instante de su muerte, en el que su amor y su sangre fueron la llave de la libertad. Fin -suspiró Silvia mientras se recostaba contra la pared.
-Entonces, si morimos aquí no podremos vivir ese mundo.
-No lo haremos, Gab. Yo también tengo miedo, pero eso no significa que tengamos que perder la fe -suspiró-. Escúchame; cuando salgamos, contaremos nuestra propia historia, y entonces dependerá de quienes nos escuchen que mejoren el mundo, es decir, si quieren parecerse al Rey de la historia. Y si por alguna razón no salimos de aquí, nos encontraremos con ese Rey en el cielo.
-¿Me lo prometes?
Silvia se quedó pensativa unos instantes.
-Te lo prometo.
Y por primera vez en mucho tiempo sintió que sus promesas eran verdad.
- Muy bien… Entonces confiaré en las personas…-susurró Gabriel.
- ¿Sigues teniendo miedo?
-Un poco, aunque no a la muerte sino a que algún día te vayas de mi lado.