IX Edición
Curso 2012 - 2013
Un verano especial
María Quiles, 14 años
Colegio Altozano (Alicante)
Todos los años, cuando se acaban las clases y empiezan las vacaciones de verano, me traslado con mi familia a la casa de campo de mis abuelos, muy cerca de la ciudad.
El último verano fue especial, porque faltaba Roco, un perro fiel, cariñoso y alegre que siempre me acompañó, desde mi infancia hasta su muerte. Eché de menos su larga y peluda cola; su larga lengua, que casi siempre llevaba fuera; su manera peculiar y distinta de ladrar… Pero yo no era la única persona que se quedó triste: a mi abuela también le dolió mucho su pérdida.
Unos días después mi primo Juan le compró un cachorro por el día de su cumpleaños.
-No quiero más perros… –protestó la abuela al descubrir el contenido de la cesta: una pequeña y dormilona bolita de pelo color canela.
Había que buscarle un nombre. Al final, la abuela lo llamó Pancho. Sus ojos claros nos enternecieron a todos.
Por entonces mi abuela comenzó un proceso de olvido: su memoria se iba apagando. Comenzó por olvidar los sucesos más cercanos.
Pensamos que cuidar de aquella mascota le vendría bien, que le ayudaría a estar más atenta si vivía pendiente del travieso Pancho. Así no se pasaría tanto tiempo viendo la televisión, medio dormida. Con el cachorrito tenía un motivo para activarse y menos tiempo para dejarse vencer por el sueño.
Cada vez que íbamos a visitarla, le notábamos distinta. Tal vez fuera la alegría que le aportaba Pancho, que se había convertido en un perro fiel, siempre a los pies de su ama.
Llegué a la conclusión de que, igual que nosotros podemos dar cariño a las personas, también los animales -en este caso los perros- logran transmitir cariño. Eso sí, de manera distinta.