IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Un viaje de ida y vuelta

Alejandro López Mollinedo, 15 años

                    Colegio Altocastillo (Jaén)  

Bruno se remangó el jersey y observó el reloj, cuya aguja marcaba las nueve y diez, por lo que entró apresuradamente en clase. Aún con la bufanda puesta y tiritando de frío, avanzó sin demora hacia su asiento, sin disculparse por la tardanza. El profesor gruñó mientras Bruno contemplaba cómo Fabián y sus amigos le lanzaban miradas amenazadoras. Sin embargo, se sintió aliviado al ver cómo sus dos únicos amigos, Benjamín y Axel, le saludaban con un gesto.

Las horas se convirtieron en siglos, hasta que la sirena anunció el fin de las clases. Como de costumbre, con insultos y burlas por parte de Fabián, Bruno dejó atrás la escuela. Al llegar a casa, su abuela le notó disgustado. Para evitar un interrogatorio familiar, subió a su habitación y cerró la puerta. Estaba harto de que su timidez le impidiera enfrentarse a Fabián y a los otros.

Al rato cogió un par de cosas, las metió en la mochila.

-Abu, me voy con unos amigos –se despidió de su abuela, que le miró extrañada, pues desconocía que su nieto tuviera amigos.

-No llegues tarde.

Bruno subió al primer tranvía que llevaba a la estación de ferrocarril. Lo de irse con unos amigos era una mentira, el principio de su plan para huir de Munich y de aquella gente como Fabián.

En el vagón le vino a la cabeza una fugaz imagen de su abuela.

<<Pobre abu… No se merece que le haga esto>>, pensó con un nudo en la garganta.

Bajó en la siguiente parada para regresar a su casa. Pero una serie de recuerdos sobre Fabián aparecieron en su mente. Entonces se olvidó de su nuevo propósito y retomó su plan.

Dos paradas después, el tranvía paró bruscamente y un grupo de soldados armados subió para abrirse paso entre el gentío. Comenzaron por ir bajando a una serie de pasajeros -hombres y mujeres- a los que les colocaron una estrella amarilla de trapo. Bruno logró escapar a través de una ventanilla. Una vez en la calle, comenzó a andar con cierto sentimiento de peligro. Tendría que ir a pie hasta la estación pero algo le sobresaltó: a su izquierda, en un callejón oscuro, un joven vestido con prendas oscuras estaba sacudiendo, a base de puñetazos, a un hombre que apenas lograba defenderse.

<<Pobre vagabundo… No saldrá vivo de esa paliza>>

Bruno se acercó para ver mejor qué estaba sucediendo.

-No es posible…

La víctima era Fabián. De sus narices fluía la sangre.

Bruno se quedó indeciso; no sabía qué hacer. Si le ayudaba, acabaría igual o peor que Fabián. Si pasaba de largo, Fabián moriría.

Primero echó a caminar como si no hubiera visto nada, pero no pudo soportarlo y dio marcha atrás, agarró el mango del paraguas que tenía en su mochila y se abalanzó sobre el joven.

Antes de que Fabián se levantara para agradecer lo que había hecho por él, Bruno decidió volver a su casa. De camino, se encontró con muchos camiones que llevaban en sus volquetes a numerosa gente con aquella burda estrella.

Una vez en casa, se echó sobre la cama. Había caído la noche y el repiqueteo de la lluvia le ayudó a quedarse dormido.

A la mañana siguiente, al entrar en clase, Fabián lo recibió con un fuerte abrazo. No paraba de repetirle:

-Muchísimas gracias, Bruno.

Bruno se extrañó, pues sabía que Fabián era un tipo muy orgulloso y creyó que no diría nada, por más que los moratones de su rostro indicaran que había sufrido algo más que un resbalón.

Fue la primera vez que Fabián lo llamó por su nombre y no por un mote insultante. Y desde ese momento nada volvió a ser igual.