XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Una amiga inesperada 

Sofía Collado, 17 años

Colegio Ayalde (Vizcaya)

Marta abrió la puerta de su casa sigilosamente tras una noche de alcohol, mucha música y algún que otro amigo nuevo. 

–¡Estás castigada! –le gritó Susana a su hija desde la oscuridad del salón.

–¿Qué dices, mamá? Estarás de broma… ya te avisé de… –empezó a reprocharle.

 –¿Te parece responsable llegar a las cuatro de la mañana?... –le interrumpió–. ¡A tu edad! Anda… metete en la cama.

Susana estaba harta; no era la primera vez que ocurría. Su hija le obedeció a regañadientes.

A la mañana siguiente, el padre y la madre de Marta le esperaron en el salón, con un sermón preparado y una maleta. La decisión estaba tomada:  su hija iba a pasar unos días a la casa de su tía, que vivía en una aldea sin cobertura telefónica, sin bares ni gimnasio: el infierno para una adolescente.

Una vez instalada en la casona, Marta determinó ir en busca de señal para poder chatear con sus amigas. Comenzó a subir un monte y, una hora más tarde, llegó a una vieja ermita que tenía unas preciosas vistas al valle.  

–Nada… –murmuró de mal talante con los ojos concentrados en la pantalla de su móvil–, tanto tiempo caminando para seguir sin conexión. ¡Qué perdida de tiempo!

Pateó unas piedritas del suelo.

–¿Buscas algo, niña? –le preguntó una mujer de avanzada edad, que tomaba el sol acomodada en un banco–. Ven, siéntate a mi vera y alégrame la mañana. 

Marta se le acercó con desgana. Charlaron unos minutos sobre temas insulsos, y la joven decidió poner una excusa para largarse.

Esa misma noche, Marta no conseguía conciliar el sueño. Los pensamientos se le escapaban hacia aquella señora. Por eso, con la llegada del amanecer, se dispuso a ir en su busca para pedirle una disculpa por abandonarla de manera tan repentina. 

En la ermita volvió a encontrarla.

–Sabía que volverías –la acogió con una sonrisa–. Te he preparado un bizcocho.

Caminaron hacia la diminuta casa en la que vivía, y allí le mostró el dulce. Marta sonrió y se sentaron a probarlo. Compartieron una larga conversación en la que charlaron sobre muchas historias.

Marta volvió a subir cinco días más. Sintió lástima cuando le llegó el momento de volver a la ciudad. Sabía que tenía una nueva amiga. Pensó que aquel castigo le había resultado beneficioso. 

Sus padres la esperaban con caras largas en el recibidor. Ella los abrazó.

–Muchas gracias por todo. Una mujer solitaria me ha enseñado cómo debo comportarme.