IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Una historia de superación

Teresa Hernández, 14 años

                  Colegio Monaíta (Granada)  

Tres…, dos…, uno… El árbitro dio la salida y Elena saltó al agua. Fue un salto limpio, de cabeza, que le dio un buen impulso en el inicio de aquella carrera a crol. Batía brazos y piernas concentrada en llevar su país hasta el medallero olímpico. Por eso efectuaba cada uno de sus movimientos como si fuera el último. Además, nadaba con tanta elegancia que se sentía como un pez en el agua. Al acercarse al final de la piscina, dio un viraje sobre su cuerpo, con la mente concentrada en las innumerables ocasiones que lo había ensayado con su entrenador. Tomó impulso contra la pared y superó, apenas sin moverse, los siguientes veinticinco metros.

Le había costado tantos sacrificios llegar hasta aquellos Juegos Olímpicos, que la conciencia de haber superado las dificultades le animaba a nadar más rápido. Y es que, desde el accidente nada había vuelto a se como antes…

***

Era una mañana de verano cuando se dirigía a la piscina de entrenamiento. Llevaba puestos los cascos de música y caminaba rápido a su aire. Por eso no vio el coche, que en su derecho a circular se llevó a Elena por delante. Todo fue muy rápido: ella no lo vio, el conductor tampoco y llegó una sucesión de impresiones: el ruido del golpe, el frenazo, mucha gente a su alrededor, un mareo…

Al recobrar la conciencia se dio cuenta que estaba en un hospital. Le habían amputado una pierna. En ese momento, se derrumbó, pues pensó que su sueño de llegar a las Olimpiadas había acabado.

Sin embargo, buscó fuerzas para no deshacer sus ilusiones. Ahora que estaba a punto de terminar la carrera de 800 metros a crol, en el estadio Olímpico de Londres, sabía que sus seres queridos estaban allí, para apoyarla como siempre.

Le quedaban unos medio largo para acabar la prueba. Iba tercera. Pero no se conformaba con un tercer puesto y aumentó su velocidad. Lo que no había conseguido con dos piernas, lo conseguiría con una, pues aquel miembro amputado le había enseñado a valorar más la vida, a no dejar nunca de luchar.