XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Una lección de oro 

Borja Machicado, 14 años

Colegio Tabladilla (Sevilla)

–¿Nuestra felicidad depende de lo que poseemos?

Varias manos jóvenes se alzaron al escuchar la pregunta que su profesor acababa de realizar. Este pasó la vista por cada alumno y escogió a uno de ellos:

–Juan, ¿qué crees?

–A mí me dan un iPhone y un Maserati, y le aseguro que me siento feliz –respondió con una mirada burlona. 

Varias risas celebraron la ocurrencia, entre ellas la del profesor. 

–Sí, sí… A mí me pasaría lo mismo –comentó divertido–, pero quiero ir más allá. No has encontrado la respuesta que estaba buscando. 

Señaló a otro alumno y, de ese modo, escuchó las opiniones de toda la clase, sin que ningún muchacho respondiera lo que él pretendía. 

–Vale –dijo–, tendré que modificar la pregunta –dejó unos momentos de silencio–. Atentos: ¿cómo ha de sentirse un hombre con la cartera llena, pero con el corazón vacío?

–Está claro que mal –habló un chico, sin molestarse en levantar la mano. Se veía a leguas su interés por el asunto–, pero eso no significa que todos los forrados tengan depresión. 

–Hombre, ya, Javi –afirmó el maestro–, pero piensa, por un momento, que en el futuro consigues ser millonario y dispones de una mansión a pie de playa, algo que no voy a poner en duda. 

–Ojalá. 

Se repitió el coro de risas.

–Entonces –prosiguió el profesor–, cómo te sentirías si todo lo que has conseguido con tu esfuerzo solo lo gastaras en tus necesidades, en tus caprichos.

–Pues no tendría ninguna preocupación. Viviría feliz, creo.

–Ya, pero dónde quedan tus amigos, tus padres. Es decir, las personas que te quieren. ¿Preferirías el dinero a tus seres queridos?

–¡Claro que no! –exclamó Javi inmediatamente–. Les visitaría y estaría con ellos. Y les ayudaría con mi dinero.                                

–Ahí es donde quiero llegar –el profesor alzó la voz–, porque estas rozando la solución. ¿Alguien más tiene alguna sugerencia?

–Yo –se escuchó una voz femenina. Las miradas se volvieron hacia ella–. Aún no he comprendido para que nos está preguntando estas cosas. ¿Quiere decir que el dinero ciega? Es decir, ¿no permite que utilicemos nuestros principios?

–Básicamente –le respondió–. Pero como todo en la vida, hay excepciones –hizo una pausa y continuó:–. El ser humano está capacitado para adaptarse a cualquier situación. Si uno se acostumbra a vivir entre lujos y posesiones, acaba “cegado”, como acabas de decir. Además, una vez descubrimos algo que nos brinda cosas buenas, lo volvemos a buscar hasta que lo conseguimos. A eso se le llama ambición. Y si juntamos ambición con dinero… ¿qué nos queda?

–Ambición por el dinero. Es decir, querer ser más y más ricos –concluyó la chica.

–¡Exacto! Y en eso convertiríamos la búsqueda de la felicidad.

–Pero, entonces, ¿el dinero es malo?

–No, no –le sonrió cordial–. Pero solemos vincular el dinero con la felicidad. Y el dinero solo permite comprar lo material. 

–Sí.

–Entonces, dime qué le pasa a lo material con el paso del tiempo. 

–¿Qué se desgasta?

–¡Exacto! –dio una palmada–. Y desaparece.

–Pero, señor –objetó un alumno desde el final del aula–. ¿Qué es lo que quiere transmitirnos?

–Que a veces es más fácil buscar la felicidad que encontrarla –habló el profesor–. La mera existencia de amor significa una vida plena y feliz. Pensadlo bien: ¿acaso no van a ser los familiares y los amigos los que van a continuar junto a vosotros hasta el final? ¿Creéis que el mejor teléfono o el último modelo de coche de lujo os va a aportar tanto como ellos y os va a acompañar de la misma manera? Pasar las horas con los que merecen la pena es pasar la vida siendo feliz. Es el origen de todos los principios: amar y ser amado. Es nuestra ley de vida, nuestra llave para la felicidad.