XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

¿Y si doy las gracias?

María Arregui, 15 años

               Colegio Orvalle (Madrid)    

La cocina de mi colegio funciona como un “self-service”. Las alumnas pasamos por lo que nosotras llamamos la “barra”, por delante de las cocineras que nos sirven la comida. Una se ocupa del primero, otra del segundo y una última de que cuando falten cubiertos, platos o vasos sean repuestos con rapidez.

A veces pienso si su trabajo es realmente el que les gustaría, pues se pasan el día entero en las cocinas —entre olor de sopa, pollo y pescado—, sin que ninguna de nosotras se lo agradezca. Por si fuera poco, les toca limpiar lo que ensuciamos.

Esas mujeres siempre están ahí, dispuestas a servirnos el menú del día. Pero no solo nos ofrecen el almuerzo, sino que nunca borran la sonrisa, desde las nueve y media a las cinco, el tiempo de la jornada escolar. Supongo que no se pasarán el día sonriendo, pero cada vez que las veo me las encuentro alegres.

No son muchas las personas que van a trabajar con alegría. Sin embargo, las mujeres que se encargan de las cocinas de mi colegio parecen siempre animadas, como si su motivación fuera que todas —alumnas y profesoras— podamos comer a gusto. Por eso, no estaría de más que cuando me sirvan las lentejas o el filete con patatas, me acuerde de darles las gracias.

Cuando realizo algún servicio, de algún modo me gusta tener el reconocimiento de los demás. ¿Y a las cocineras y demás empleados del colegio? Creo que no hace falta escribir la respuesta…